Se da por sentado con demasiada facilidad que el sitio correcto para el suelo es justo debajo de nuestros pies. Una ingenuidad, qué duda cabe. Y una convención, también. ¿Por qué no cambiarla? Por otra convención, claro. Sí, es cierto, no hay muchas opciones: arriba, al lado o en ángulo. Hay que pensarlo un poco. Trasladar el suelo justo arriba podría tener una simetría excesiva y se correría el riesgo de dejar las cosas casi igual. Y ponerlo inclinado exigiría seleccionar un ángulo entre los infinitos posibles, lo que no dejaría ser algo arbitrario. Siendo así, lo mejor es colocar el suelo verticalmente. Y no es difícil: bastará con ser capaz de imaginarse que caminamos por una pared. Fácil: basta un poco de práctica para conseguirlo, quién lo duda. Y la ganancia es obvia: seguimos siendo convencionales pero un poco menos ingenuos, porque cuando se deja atrás una convención la sustituta siempre es menos sólida que su antecesora y es menos probable que sea duradera. Siendo así, ya habría que ir pensando adónde vamos a mover el suelo cuando nos cansemos de caminar por la pared. Y, claro, ya de paso, quizás habría que pensar si no habrá otras cosas que también podría convenir cambiar de lugar. Quizás el cielo.