Nº 26 / Mis células y yo (Sermones de Óscar)

Otras adicciones 2

Francamente, desconfío un poco de mis células. En concreto, no entiendo que me den tanta libertad. Cierto es que, hasta cierto punto, cuido de ellas razonablemente bien: respiro, las alimento, elimino sus residuos, las muevo de sitio cuando hace demasiado calor o mucho frío…

Pero también, hay que reconocerlo, les hago algunas faenas de las buenas: fumo, bebo alcohol, a veces me acuesto tarde… Claro que eso no sería nada comparado con el perjuicio que podría causarles si me diese por librarme de ellas. Cierto es que hacerlo podría tener también alguna consecuencia para mí, pero no quita, no quita…

De todas formas, el problema de fondo es no tengo muy claro si el jefe soy yo o si son ellas las que mandan. A fin de cuentas, ellas son muchas: unos cinco billones, cien mil millones arriba o abajo.

En cualquier caso, por una cuestión de principios, me niego a reconocer cualquier tipo de servidumbre respecto a la, llamémosla así, corporación celular.

Lo malo es que a veces me imagino al termóstato de mi nevera diciendo algo parecido y declarándose, digamos, independiente. Y casi lo oigo contándose su cotidianidad: “He pasado muy mala noche. Me costó enfriar una cazuela enorme y demasiado caliente que apareció a última hora y cuando me abrí por la mañana para sacar a pasear a la botella de leche casi no había terminado el trabajo”.

En fin, quizás sea mejor no darle muchas vueltas y agradecer la situación tal como está. A fin de cuentas, por lo menos me dejan decir que el jefe soy yo. Y, sobre todo, puedo fumar.

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