En ocasiones pienso que estaría bien tener otra realidad más simple que esta, que resulta un poco irritante con tanta cosa que tiene, un poco incómoda con tanta irregularidad, eso que llamamos formas, objetos, cosas, seres…
Seguro que al principio todo era más simple, y habría poco más que algún átomo disperso por ahí suelto. Pero alguien debió de pensar algo así como “Qué mal puede hacer dejar aumentar el número de átomos y que se junten un poco”, y al momento, en el abrir y cerrar de ojos de unos cuantos miles de millones de años, ya estaban ahí esos seres empeñados en no ver otra cosa que esas triviales diferencias en la colocación de los protones y los electrones, que ellos llaman estrellas, planetas, piedras, pájaros…
Lo ideal sería volver a juntar cada protón con un electrón para hacer átomos de hidrógeno, y luego asegurarse bien de que queden adecuadamente esparcidos por el universo entero, sin dejarlos amontonarse, haciéndoles guardar siempre las distancias, no vaya a ser que en un despiste comiencen de nuevo a juntarse y complicarse, y luego se pongan a andar por ahí reduciendo y oxidando lo que encuentran, y terminen por aparecer otra vez seres como nosotros, quejándose de que todo sea tan complicado.