A veces tengo la sospecha de que los animales están conjurados para hacerme luz de gas.
La verdad es que, aparentemente, sus mundos están tejidos con los mismos hilos que el mío. Por lo menos parece claro que el mundo de, por ejemplo, un perro es el mismo que el mío. Y lo mismo habría que decir de los vertebrados en general.
En el caso de los insectos y el resto de invertebrados ya cuesta algo más reconocerlo. ¿Un gusano agujereando en la madera vive en el mismo mundo que yo? ¿Y una bacteria que solo tenga sensibilidad, por ejemplo, a la gravedad y al calor? Arriba. Abajo. Caliente frío. Tendría una percepción correcta de la realidad, pero obviamente incompleta. ¿Cómo sentiría su mundo? Sin duda, muy distinto de como yo siento el mío. Por cierto, ¿cómo siento el mío?
En cualquier caso, a todas luces, interaccionamos con los animales, hasta con el gusano ese, que quién sabe si no está hurgando justo ahora en el parqué debajo de mis pies. De hecho, esa confirmación tácita que tengo del resto de seres vivos (hasta de las plantas, que bien que saben lo que hacen con sus flores y frutas) puede ser la causa de que dé por supuesto que mi mundo es “el mundo”, el único posible.
Lo que, quizás, no deja de ser un tipo de chauvinismo y, como todos los chauvinismos, un poco tonto. Lo que pasa es que en este caso no es fácil saber cómo salir de él. Sobre todo si pensamos en la posibilidad de seres vivos en otro tipo de realidades con mundos que ni tan siquiera podríamos, no ya imaginar, sino incluso reconocer.
Porque el chauvinismo se suele curar viajando, pero se puede pensar que, por definición, no se puede viajar a mundos que uno no es capaz de ver.