Sobre colores y mesas

Una mesa. Una sólida mesa. Nada como un buen tópico para aclarar las cosas. Y aun mejor si se le añade un segundo tópico: el color rojo. Ahí está, una mesa roja. Bien mirado, no es un color frecuente en las mesas, pero tanto da.

Porque todo el mundo, menos algún despistado, hace tiempo que sabe que el color rojo no existe fuera de nuestra mente. Eso ya lo dijeron los primeros pensadores modernos allá por el siglo XVII, si no antes, con aquello de las propiedades primarias y las secundarias, como bien nos explicaban en las clases de filosofía del bachillerato: “El color es una propiedad secundaria, en el sentido de que no está en las cosas, sino que la aporta la mente que percibe, mientras que la forma, el volumen, el peso y otras cosas de ese género son primarias, y su existencia no depende de la percepción del sujeto que las percibe, porque están realmente en las cosas”. O algo así decían.

Lo malo está en que, lamentablemente, por lo que ahora cuentan los que se dedican a hurgar en estas cosas, las propiedades primarias, cuando se rasca un poco en ellas, tienden a volverse más bien secundarias, es decir, a dejar de estar realmente ahí y, claro, si es así, ¿qué clase de cosa es una cosa que no tiene forma, volumen, peso…?

En nuestro caso, ¿dónde va la solidez y fiabilidad de esa mesa (aunque no sea roja) en la que tenemos apoyado ahora mismo el codo derecho?

De hecho, ¿dónde va la mesa? Por no hablar del codo…

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